Schizein-phrēn.
Enjambre de venas.
(Para Mónica dolorida)
(Para Mónica dolorida)
"Ella mira esta parte de su cuerpo, lo más precioso que posee
y que ahora se le muestra bajo su piel, que se ha hecho transparente,
con toda la hermosura de sus finísimas ramificaciones que semejan un paisaje paradisíaco
de sendas sinuosas que despierta el deseo de adentrarse por ellas para hacer descubrimientos..."
El hombre Jazmín, Unica Zürn.
trad. Ana María de la Fuente
Ed. Siruela.
Fotografía de Hans Bellmer sobre Unica Zürn
Un enjambre de filamentos nos ata, nos hunde dejando
pliegues de un cuerpo. Los surcos que escinden esas líneas nos tatúan los ojos, la
boca, las manos, la lengua, las orejas, el culo, la cabeza. Creemos que eso
somos: un enjambre de venas. Con ello se emana la vida sobre el ser. Ahí el
origen que debió formarnos, aunque en nosotros no sostiene nada, lo otro era contundentemente
vida, lo nuestro solo anhelo envuelto.
Eso es, una masa informe, ahí, tumbada; envuelta sobre su propia
gravedad, henchida de nada, asfixiada de sí. Tal vez lo que queda de todo.
Una delicada larva nos lo muestra todo, nos lo dice todo. No
hay por dónde empezar a reconocerle. Somos un ser contraído, apresado por
nuestras estrías que emergen en ligamentos, en músculos, dedos, lengua, sexo.
Y entonces la conmiseración.
La fotografía de Hans Bellmer sobre Unica Zürn es una imagen
vehemente. Terriblemente hermosa.
Un espejo interminablemente atado, mirándose, la sustancia
siendo cuerpo que se desborda, como siendo insuficiente esto que llamamos ser, o
¿podría ser la casa de las enfermedades?. La voluptuosidad del deseo, como si en
verdad pudiera convertirse en algo, llevarnos a algo. El ser que se distancia buscándose,
alejándose. Entre más se aleja más pierde forma de ser humano. Dice Ibsen "el
mineral insensato, golpeado por el martillo, se ha puesto a cantar." La
sustancia siendo cuerpo. Nada más.
Su forma impetuosa nos dice lo amorfo que somos, que
seremos; Un atado de líneas torcidas intentan asir pero solo deforman. Y
lastiman, y hieren, y ahorcan. Todo un fárrago de ser que se enquista por las
cuerdas humanas en nudos uno tras otro para cobrar forma de algo. Esa imagen
provocadora de una muñeca desarticulada que después de rota se intenta volver a
juntar pero que en el trance del miedo queda desfigurada: la pierna en hombro,
el brazo en la cadera, el pie en el cuello y el torso en el centro de una
medusa desmembrada.
Unica Zürn es el suceso de un onanismo de existencia que se estría,
se derrama, que amortaja en el propio envoltorio de sí mismo: ni la angustia
misma se logra escapar. No, ella no se expande, más bien se contrae, implosiona,
se enrosca sobre sí misma, como esa danza que soñaba de un escorpión clavando
su propio aguijón. Se acontece fragmentada y atormentada por la vida, una vida que
se mira desde un pequeño y apretado lugar. La cabeza y sus ojos, ojos-aguijones
que se clavan en sus propios párpados. Su ser mira a través de ello. Como Onán
derramaba su esperma sobre la tierra, Unica Zürn también es su tierra en la que
se derrama: carne y tierra, tierra de “árbol de pan”. Larva-semilla: yerma.
Son pocas las obras que son exactas, solo quien vivió junto
a ella pudo aproximarse, pero además tendría que tener ojos para mirarla y
atarla y tumbarla y tasajearla, para entonces desnudarla y desvelar esas venas
que dolían y que amarraban la otra carne que formó su voz, sus visiones, sus
paranoias, sus angustias. Y también tendría que haber sido una mujer brotada de
la incapacidad que se envuelve para aislarse
y asfixiarse quien posara en la fotografía. Nuestro absurdo es la
muralla que no nos deja verla y que Hans Bellmer logra mostrarnos sin pudor.
Hay quienes proclaman un enunciado surrealista, yo creo más bien que es un luminoso
acercamiento sobre esas redes y tramas que nos forman. Es la fotografía que
transparenta la piel.
Unica Zürn, Tinta.
Los dibujos de Unica Zürn son así, de una poética directa, sin
medios, ni filtros; de una línea exhausta, perversa (¿es esta la ruta antigua de Girard?), sin descanso; que enredan y constelan para
mostrarse y que ondean la tinta negra. Solo un estado absorto logra estas
refracciones. Es un dibujo que logra abrir el tizne de su tinta mostrando su
jardín: una sierpe dolorosamente enredada. Son la angustia primera y única que todo
lo forma, y que de no ser por esa amorfidad, se desparramarían sin fin.
Entonces es cierto, el cuerpo, la mano, el ojo, el ser, son
marcas de lo escindido que somos y que creemos es lo que nos ata en la vida. Estamos
encogidos sobre un pasto, falta solo un perro que nos lama. Schizein-phrēn.