Nuevamente, un gran amigo, Javier Sobrino, ha colado en el reciente número de Peonza, una reflexión sobre un tema volátil. Ha hecho una pregunta directa: ¿Cómo nace un libro ilustrado?
Añadida a la idea, un concepto fundamental: lo incierto y lo improbable.
Decía así, borrar esa línea que separa los sueños, los recuerdos y la vida. Como si fuera vendedor de cubetas en anillo de circunvalación hoy mismo.
(dice U2 "traffic cop". Rue du Marais. No line on the horizon)
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La ilustración como
presagio
I
Pienso en la insistencia para decir que no somos tan fugaces
como las efímeras que hay en los lagos, pienso que buscar ese “algo” que nos
haga permanecer un poco más aquí o allá nos anuda a ese hilo que todo lo
vincula. Pienso tal vez que los libros son ese breve eterno que “finge” que
todo sucederá como lo pensamos: entonces todo se vuelve un pretexto para que
asome una ilustración.
Es así, el acto creativo es un contrapeso vital frente a esa
angustia que parece tan antigua a la hora de pensar cuando se ilustra. Sin
embargo sigue siendo para mi la única validación en esta labor.
Comienza todo cuando me apropio de cada proyecto para llenar
de imágenes personales y ficticias (aunque ¿qué cosa no es ficticia?). La idea
es adueñarse literalmente de todo, de parafrasear cada palabra con la luz de la
mirada personal, para permitir que cada libro se extienda con nuestros otros
entramados. Es así como obtenemos una forma de atestiguarnos, de validar todo
aquello que uno pueda imaginar o recordar, es como logramos hacer que todo eso
que se va permanezca un poco más. Entonces decimos: eso es así, esta forma
aquí, esto de este color, la luz por allá… la insistencia sumada que busca
siempre retener tanta levedad que se guarda en los libros.
Por supuesto comprendo que hay más formas de entender la
ilustración, y más en este universo que llaman profesión, pero creo que la
valoración de un libro ilustrado y más aún, en un libro álbum, se centra en la profundidad
de las vinculaciones que tengan sus escrituras. Y yo creo en estas honduras
como posibilidad: en las del antiguo acto humano de la insistencia, a través del
ejercicio del dibujo, para sentir un poco de alivio.
Esta es mi idea al trabajar, los libros y sus ilustraciones como
un acto casi sagrado, como un axis mundis
en las manos. El ahínco de perpetuar todo lo que se ha ido, esas fugaces ondas
que somos en el lago provocadas por las patas de una Efímera transformadas en
una escritura que se evoca a cada lectura para salvar, para salvarnos.
Así la balsa de la ilustración nos sujeta a algo, nos da un
estribo en dónde atracar, finge hallar un “intento de peso”. Entonces viene la
obstinada idea de ilustrar de cierta manera, de hacer todo aquello que se
imagina en elementos significativos de un cuento o una historia, como si fuera una
revelación. Creo en eso, sé que es eso: la ilustración es un presagio, un
presentimiento que se evoca para creer que se permanece un poco más aquí o allá
enredándose en el universo de la lectura.
Así intento construir mis imágenes, para que puedan
continuar en “algo” viniendo de “algo” humano, para que alojen la memoria de lo
que leemos. Sé que nunca concluirán nada por sí mismas, no son ellas las que
tienen que instruir nada, creo más bien en su prisma y en su pertenencia al
libro por completo. Por eso la libertad con eso que parece una refracción de
significados, por eso la insistencia en mostrar la mirada personal, por el
impetuoso deseo de anudarse en algo, en esto que nada retiene.
II
Son muchos los ríos que nutren la gestación, pero creo que el
más importante viene de ahí, de jugar que aquello que se desvanece permanezca
un poco más. Hablo del uso de otros orígenes que no sean solo la búsqueda
plástica para originar una ilustración. Ciertamente es una forma poco atractiva,
pero así he aprendido a ver los libros y creo en ello, de ese pasado que somos,
de ese cúmulo de exaltaciones que por alguna razón quedan ondeando en nosotros,
como la huella que queda en la memoria diafragmando nuestra mirada. Así, justo
en este mundo de realidades mercenarias, recobrar el regreso a esas
fragilidades que nos conforman.
Es lo que tengo en mi memoria lo que uso para comenzar
cualquier ilustración. No es que siempre lo haya hecho así, pero actualmente es
de esta manera. La utilización de los recuerdos y los sueños son para mi un
suministro de donde elaborar cada idea, sirve perfecto también para paliar la
angustia creativa, porque cuando uno usa un recuerdo, cuando uno evoca una
imagen o un momento, hay un significado guardado que funciona de peso para
justificar su utilización, y es después con el trabajo que se encuentra ese verdadero
sentido. Es esto en lo que yo confío ciegamente. Busco esta originalidad que
viene de la anécdota contada: la visión de uno mismo, muy lejos de la impetuosa
innovación estética o de la idea majestuosa. Mi camino es otro.
Intento de alguna forma amalgamar memoria e imaginación en
el empeño de clarear el tumulto de ideas que percibo para encontrar una balsa. La
balsa que sostendrá todo elemento en la construcción de una ilustración. Una
ilación de todo aquello que se ha retenido para hilarse. Sí, la memoria es una
trama de muchos hilos e ilustrar es su lienzo donde todo se teje.
Mis imágenes provienen de ahí, de ese esparcimiento que es
contemplar la maraña de conmociones que me han marcado, que me han formado, también
incluso aquellas que no he vivido. Las vivencias, los recuerdos, los sueños,
los miedos, los deseos, los accidentes o esas angustias que tanto me han
acompañado, son el bagaje con el que me proveo. La ilustración es para mi un
inmenso lago tocado por efímeras, y sus formas y figuras son esas minúsculas
ondas que quedan en el agua, como un árbol pintado de rojo, como las sábanas que
ondean en un patio, como una niña que se abraza a la pared o como una lata que
se convierte en maceta. Todas son rastros de una imagen que se presagia.
Me explico: cuando uno se enfrenta a una hoja en blanco, no
tiene idea de lo que habrá ni de lo que dibujará, pero al final la ilustración
que resulte se convierte en una revelación que muestra eso que desconocemos de
nosotros mismos, es “el conocimiento que proviene del desconocimiento”, una
especie de oráculo que nos muestra y explica a la vez. Dice el poeta: la poesía
es algo que no sabemos hasta que lo escribimos. Así la ilustración. Sucede lo
mismo, nunca sabremos nada de lo que haremos o dibujaremos (¡no tenemos que
saberlo!), solo hasta terminado el dibujo o la ilustración, entendemos eso que
la intuición nos empujaba a conocer. El mismo dibujo es la respuesta de un
oráculo antiguo: ahí el presagio.
Es un prodigio recurrir a los recuerdos y visiones
personales para empezar a ilustrar, porque conseguimos afianzar espacio y vida
en un tiempo tan feroz y tan mercantilizado, pero además logramos mantener un
respeto alto al libro, porque ilustramos con el mismo aire con el que la pasión
infunde. Entonces, una vez la sensación de despojo y de abandono cuando
terminamos cada proyecto, nos refugiamos en esa sensación de vida que nos queda.
III La piedra y la puerta
Hay dos momentos importantísimos que suceden en mi trabajo,
el primero, que siempre marca la dirección y que lleva indeleble la luz-atmósfera,
es aquel que permite aparecer imágenes en el papel de una forma inmediata, “sin
pensar”, es la intuición; dibujo lo primero que me venga a la mente: elementos cualquiera,
es la primera fotografía de todo; es un lanzamiento al vacío de lo que no
entiendo, normalmente son “fijaciones”, rostros narigones, ojos pequeños (esta
imagen fue la primera que entendí al verme en el espejo), una escalera, una
silla, algo que cuelga, un árbol seco o cualquier imagen que haya asociado con
el texto. Es ésta primera imagen la que se convierte en una roca, de gran peso,
que no se mueve, que engancha visualmente por algo, pero que desconozco el por
qué. Trabajo siempre comenzando desde ahí. El otro momento deslumbrante que
sucede es la búsqueda de su entrada. Hace poco lo comentaba con una idea
maravillosa de Zsymborska cuando habla de una roca. Ella, la poeta (benditos
poetas) escribía: toco a la piedra y le
digo: soy yo, déjame entrar, a lo que la piedra le contestó: No tengo puerta.
Es así, a esa imagen-roca que se nos arroja al papel, hay que
inventarle-imaginarle-dibujarle una puerta. Así se conforma una ilustración, de
puertas dibujadas-inventadas a una gran roca, en donde la roca es todo aquello
que no comprendemos y que aparece con alguna forma. La misma puerta por la que
Alicia entró a un país diferente: la imaginación. Es por ese espejo que intento
entrar a la imagen.
Así pues, la ilustración se convierte en otras y más puertas
de un libro álbum, ya que es la hendidura dibujada en
la roca. Claro, nunca habrá una certeza total, porque nunca debemos y podremos
saber con exactitud, sino más bien sabiendo únicamente que se dibuja sin saber
nunca lo que se dibuja. Precisa, sola con esa incertidumbre, sin descubrir
nada, insinúo o permito, privilegiando otra evocación. Ese gran fermento que es
lo incierto nos consolidará las entradas. El dibujo entonces se convierte en puerta.
Lo robado y lo soñado
Hay muchas cosas que nos abren y nos enseñan, la danza y el
cine han sido para mi fundamentales a la
hora de observar el mundo, a la hora de interpretarlo. Me ha sucedido que
ciertas imágenes se quedan grabadas en mí, transformándose en significados
profundos, por ejemplo, elaborando Tres
niñas había una escena en donde una de las niñas se encontraba sola, en una
intemperie profunda, ella y sus hermanas se encontraban en un lugar que decidí
era el desierto, sin embargo necesitaba que ese desierto se extendiera a sus
interiores, pero no de forma gráfica o plástica, sino más bien como algo casi
imperceptible, muy velado; recordé entonces una escena de una película de Theo:
una mujer con vestido muy ligero, caminando en la playa, alzaba sus brazos. Esta
imagen me marcó y me dijo tanto que indefectiblemente la niña del cuento tuvo
que tener esa “intemperie en calma”, el solo hecho de alzar los brazos era para
mi un valor semántico, es decir, una persona con los brazos abiertos significa
en mi entender: intemperie, entrega, abnegación, calma; como Cristo crucificado
que esta en la intemperie preguntando a su padre el por qué de su abandono. Así
fue que puse a la niña a contraluz de la noche, era una especie de desnudez, de
rendición inmensa, como cuando estamos expuestos totalmente.
Esto llena mi mesa, de cosas que han perdido el origen de
haber sido robadas o de haber sido imaginadas, no me preocupa distinguirlas,
tampoco tengo interés si es novedoso, el único requisito que pido es el haberlo
vivido, soñado o imaginado. Aunque creo sinceramente que todo lo imaginado,
siempre será un robo que cubre nuestra indigencia. Sí, no habrá nunca nada
nuevo bajo el sol.
El absurdo y lo incierto
También me apoyo mucho cuando observo fotografías, veo esos
fragmentos que somos e intento acercarme a esas partes, escucharlas, entender
esas escenas indescifrables y que son “absurdos” ininteligibles. Claro,
nosotros vemos esa extrañeza pero en realidad esos “absurdos” tienen sus lógicas.
El absurdo es sencillamente un fragmento de la realidad que desconocemos, como
el caos, que mantiene su orden por descifrar. Buñuel contó sobre su película
“Los olvidados” una escena que me marcó con una claridad que hasta ahora sigo
observando de esa forma cada fotografía. Hablaba de una escena en donde unos
chicos perseguían a un ciego para golpearlo y pasaban por un edificio en
construcción en donde cien músicos tocaban una melodía que no se lograba
escuchar. La imagen era inexplicable en sí misma, pero en la misma idea de
Duchamp, al abstraer de cierto contexto un objeto para resignificarlo en otra
realidad, se conforma la poética de lo incierto, permitiendo al lector su
propia lectura y su propia expansión, no la del escritor, ni del director de
cine, ni del fotógrafo, y mucho menos del ilustrador, sino del lector, del que especta del otro lado, dice Octavio Paz,
de tal forma la imagen oscila. Entonces verdaderamente la poética es del que
lee, no del creador. Duane Michals, August Sanders, Alessandra Sanguinetti, Sudek,
Vishniac, Graciela Iturbide, el maestro Nacho López, tantos y muchos fotógrafos
muestran esa consolidación de lo incierto. Yo creo lo mismo, como la ilustración
de La Sirenita, que internada en el mar mira un pez flotando en sus manos,
parecería más una imagen surrealista pero entonces digo: ¿por qué no podría ser
justamente el momento en que un pez brinca al intentar atraparlo?
Coincidencias pobres
Cuando realizaba “Taller de corazones” había
dibujado un bosque de árboles a tinta muy exánime, sus troncos eran negros y
sus ramas estaban desprovistas de hojas, así que la editora me señaló el
problema, el asunto es que se necesitaba una primavera; por supuesto no quería
rehacer la ilustración, así que la solución vino literalmente “vistiendo” a los
árboles de primavera. Así pues, recorté tapices llenos de flores y de hojas
multicolores, cubriendo de primavera esos cadáveres que eran mis árboles. Pasado
el tiempo, leía una nota en el diario en donde hablaban de un movimiento que
hacían algunos artistas “Yarn Bombing”. Se trata de instalaciones que revisten
el mobiliario urbano e incluso árboles con tejidos de crochet. La idea es
exactamente la misma: vestir de color aquello que nos rodea, tal como lo hace
la primavera. Imitamos la naturaleza tan ingenuamente.
Hacer y encontrar: un hilo
Cierta vez en un proyecto casi perdido, aparecieron unos hilos
que se enredaban en los sombreros de unos personajes oníricos, era una solución
recogida más por hartazgo de no encontrar nada estéticamente solvente que otra
cosa, pero este pequeño elemento encontrado fue suficiente para detonar la ocurrencia
que resolvería todo el libro. La idea fue reutilizarlo y vestir también a la
luna que aparecía en otra ilustración. Inmediatamente después, y como una
revelación, la idea se expuso, no la mía, sino la que proviene del azar. El
hecho fue que al poner una ilustración junto a otra, por la gracia de la narración
natural, se leía todo un ensayo sobre la naturaleza del deseo. La delgada línea
mudaba a un cúmulo de palabras que decían algo dependiendo de dónde la colocara
y con quién habitara, por ejemplo, a los personajes los colgué de ese mismo
elemento o los vestidos se cocían con ello. Recuerdo la excitación que tenía cuando,
a unos días de la entrega, rehíce varias ilustraciones que necesitaban
modificarse, era increíble ver como se iba transformando ese hilo en la idea
faltante, era en verdad un transportador de significados. Entonces el hilo se
convirtió en metáfora.
La asociación accidental es una firmeza que lo sostiene todo
si se le permite, incluso en los necesarios contrapuestos tan requeridos para
desarrollar una idea. Así obtuve el eje conceptual de toda la propuesta: la
metáfora del hilo; como lo que se enreda en nuestras cabezas y que nos viste de
cierta locura por el que muchas veces nos colgamos (en la historia se concedían
tres deseos, ¿quién no se volvería loco con este sueño?), seda blanca que se deshila
por las noches del que el anhelo pende.
V. Pliegue y lienzo
El ejercicio de ir marcando, encontrando o inventando asociaciones
en mi trabajo, de no saber si he robado, si solo ha sido un hallazgo o si solo
ha surgido del lápiz, no me preocupa en lo mínimo, me asumo como ese
sencillísimo pliegue que somos y prefiero concentrarme en servir a la historia.
Por eso entiendo que la exploración en la ilustración, es en todos los sentidos
y en todas las formas, desde la punta del dibujo que va explicando la línea de
lo no visto de lo visto, hasta el manejo diminuto de lo que conocemos, una mano
bajo la tela que se disfraza. Así puedo contar: este es un corazón difícil de
asir y dibujo un pez, o ahora el amor es una promesa y dibujo una crisálida en
flor o simplemente me asombro de una selva y la dibujo de una forma imposible. Juego
a re-significar las cosas del mundo en cosas de mi propio mundo, juego a poner
una cosa por otra, como cuando de niños tomábamos cualquier colador de cocina
convirtiéndolo en corona de rey en nuestras cabezas: ese es el martillo del que
hablaba Brecht. Por eso siempre le damos un sentido personal a las cosas que
tienen un significado común, porque necesitamos decir “la silla de” no solo “una silla”, precisamente
la historia de un momento personal y único que esta debajo de la imagen, que,
paradójicamente, ya no existe o que muy pronto dejará de ser, como esas Efímeras
que mueren al día.
V Pensamientos
Ese sería el artilugio de la ilustración, la de la Efímera
que ve su reflejo ondearse en el agua mientras su pies se posan en ella. Tal
vez una huella que quiere permanecer.
Una y otra ilustración nace así, con la necesidad de esta
persistencia, buscando el presagio,
siendo una ilustración inminente, no que diga algo, sino que esté a punto de
decir, precisamente el instante previo, la imagen que se pierde para
encontrarse en cada lector. Cuentos, historias, clásicos; un caracol que nos
mira y que susurra, que arroga cada orfandad, por accidente o por esencia, con
certeza o con duda. Eso es la creación dice Antonio Muñoz: unas veces encontrar
y otras solo buscar.
Y muy a pesar de que pueda llegar a leerse este mensaje o
no, creo que ese resquicio que permite la hermosa ambigüedad lo anima todo, es
un corazón que no necesita mostrarse: el indescifrable presentimiento que
siempre llevamos y que al final será interpretado de cualquier forma, o tal vez
no. Esa es la belleza de lo inminente, ese es el peso que somos. Es por eso que
uno siempre quiere surgir en cada libro, brotarse a cada ilustración, con la
esperanza de que, aún a pesar de la enormidad, la pequeña impronta en que nos
reflejamos pueda ondear por otro pequeño instante.