miércoles, 23 de marzo de 2011

Un niño y un poeta


“El país que no tenga leyendas está condenado a morir de frío”
George Dumézil
I
Hemos escuchado con admiración las palabras que nos cuentan los logros del hombre, sus maravillas, de este tiempo contemporáneo que es grandioso, de los inimaginables recurso tecnológicos que podemos disponer, dicen que es el tiempo de las comunicaciones. Y es así, podemos presenciar cualquier evento en cualquier parte del mundo en el instante mismo.

Esta noche cuando pienso en ello miro la ciudad  y veo como todo se mueve, avenidas aquí, puentes allá, edificios de un lado y centros comerciales de otro. Veo las calles repletas de autos y me es imposible contarlos, ni porque tuviera mil manos podría hacerlo, todos pasan con una velocidad que me hace imaginar un río imposible de Escher que nunca termina, sin embargo ahí, dentro de esos peces furiosos no veo nada. Sí, parece que nada va conduciéndolos, en las calles, en los edificios, la gente va andando tan deprisa que todo parece ir a un sin lugar, incluso parece que no hay nadie, lo curioso es que casi todo mundo va hablando por celular. Entonces me pregunto: ¿ Qué irá contando ese señor que habla por celular sin soltar el volante?, ¿o ese otro sin dejar de caminar, sin dejar de comer o incluso colgado de ese microbus?, ¿le contará urgentemente a su hija o a su hijo un cuento para que no tenga miedo a la hora de dormir?, o ¿le contará que a él cuando era chico y también tenía miedo, su padre le contaba historias?. Mi padre cuando yo era niño me contaba que quien se quedaba parado se hacía piedra, así que yo, cuando tenía ocho años por ese miedo enorme no dejaba de caminar en el lugar en donde estuviera, si no tenía nada que hacer, caminaba dando vueltas sin parar una y otra vez en esa escalera interminable como la que ahora distingo, caminaba tanto y en todo momento, que creo que hasta se me olvidaba por qué caminaba.
Los automovolistas aquí, la gente, la ciudad entera pareciéramos que también hayamos olvidado todo y que un gran miedo a no sé qué nos correteara en todo momento. Sí, somos un gran olvido que muerde su cola huyendo para no convertirse en piedra.  El miedo nos sigue.

II
Fuera de la ciudad, justo ahora que el mundo se deshace histéricamente en no perder un minuto, un hombre lento y antiguo, con los pies hechos terrones, sobre una vereda cerca del Popocatépetl camina hasta llegar a una casa hecha de adobe y sentado junto al anafre,  mientras cenan , le cuenta a ese niño que está cerca de él, cómo una mujer duerme en una montaña mientras su amado sempiterno la cuida cobijado por las nubes del cielo; ellos cenan con tranquilidad dejando que el día se marche y con él ese miedo mientras imaginan cosas. Creo entonces que algo hemos perdido, y por un momento reconozco el miedo y el abandono.
Ya ahora, el hombre solo, va caminado de nuevo por esa vereda tan enorme como los ojos de un niño o los suyos propios. Estoy seguro que no tiene miedo, ni está abandonado y estoy seguro de que no es un hombre solo, va con el recuerdo de cuando su padre le contaba la misma historia. Entonces puedo ver a dos personas, a él siendo niño y a su padre junto a él. La esperanza camina así, contando historias para que se nos vaya el miedo y para que no nos sintamos tan solos. La identidad del anhelo. Al menos un sentido imaginado hacia dónde ir.

III
La oralidad y la poesía es ese sentido perdido, es la fé, que a pesar del tiempo, del abandono, de las desgracias, de aquello que nos cuentan de las muertes, a pesar de la gran comunicación que tengamos, de las ciudades o de la inmediatez, el mundo pueda mantener la vida, la vida en si, no la que pensamos. Nos ha legado la semilla de la continuidad en la palabra que se pregunta en la boca de un niño y que se aclara en la del poeta, instantes que ya no se pierden, el espíritu de la literatura oral y de la poesía misma: el desconocimiento y el recuerdo, el juego y la experiencia, el miedo y la tranquilidad: la compañía. Uno imagina y el otro sueña, sin poder distinguir qué hace cada uno, tal como las historias, como las leyendas, las anécdotas, tal como la poesía. Son el camino que hemos abandonado.
Aquí en la ciudad la gente sigue caminando sin detenerse, creo que por miedo y por abandono. ¿Por qué?, ¿en dónde perdimos al poeta y en dónde dejamos al niño?, cómo fue que se rompió ese lazo?, ¿por qué la oralidad ya no cuenta?, ¿por qué caminamos huyendo?, ¿por qué la poesía sigue siendo mendicante?, pero sobretodo, ¿por qué cuando hablamos no decimos nada?
La ciudad sigue implacable su andar, sin detenerse, es una superautopista que ni Escher mismo hubiera imaginado, el ruido, los puentes, los edificios que parecen lápidas gigantes y que se iluminan por la noche; no hay que detenerse, hay que llegar, no perder tiempo, que no se crucen los peatones, nadie, mientras los autos, el internet, los celulares tiene que comunicar de inmediato. Pero, comunicar, qué, ¿llegar a dónde?. Hemos perdido la lentitud y con ella un vínculo, nos hemos desvanecido, nos hemos desdibujado en esa velocidad. ¿Qué podemos contar?
IV

En física contemporánea las partículas tienen siempre un área de incertidumbre, esa área es donde el observador no tiene certeza, ni la tendrá nunca, de ubicar lo observado, paradigma mismo de nosotros; sin embargo, la materia junto a esa área de incertidumbre se considera una unidad, y la partícula en su posibilidad habita esta doble composición,  la de ser materia y la de ser onda, como el andar y el recuerdo. Dos tiempos para ser, un tiempo lento y otro veloz (la importancia de la mirada). Si perdiéramos el tiempo lento perderíamos una parte sustancial de nosotros y nos dispersaríamos en la incertidumbre, no podríamos vernos, perderíamos la mirada y nos perderíamos a nosotros mismos, por eso este apego a las cosas materiales como lo hemos hecho ahora. Este único tiempo en el que vivimos nos ha disuelto por completo, el miedo ahora nos hace movernos de tal forma que lo que llamamos una sociedad en expansión es solamente una absurdidad a la nada. Es la disolución de todo en la velocidad. Kundera reflexionaba esta crisis imaginando a un hombre que se trasladaba en una carreta y a otro que lo hacía en una motocicleta veloz, de esas que hay hoy en día, uno se trasladaba lentamente, sorteando el camino dependiendo de lo que iba encontrando y decidiendo hacia dónde llevar la carreta, en veces la tranquilidad del andar se volvía un paseo en el que el paisaje se convertía en vivencia, por el contrario, el que anda en una motocicleta requiere hacerlo por una autopista diseñada por ingenieros que buscaron el trayecto más corto para llegar a cierto lugar, con lo cual el conductor tiene que concentrase solamente en la velocidad y las indicaciones para conducir en el menor tiempo posible y fijar la mirada en la autopista, sin pensar siquiera en el cuerpo y mucho menos en el paisaje , disolviéndose en solo tiempo acelerado para llegar pronto: uno un andar lento y otro la velocidad máxima.
Así ahora todos intentamos llegar a cualquier lugar intentando utilizar el menor tiempo posible, significando ese tiempo como un tiempo que no existe, paradójicamente, nosotros desaparecemos con ello. Y sin darnos cuenta nos hemos convertido en un gran olvido.
Entonces el tiempo lento de la oralidad es un contrapeso a esa velocidad, porque para poder decir, para poder contar, hay que ralentizar la vida y desplegar nuestro interno, no es en la velocidad en donde puede ser, hay que detener el mundo en la mirada, para equilibrar nuestra área de incertidumbre, colocarnos y entonces apaciguar esta angustia, este miedo. Habría que detener el mundo entero.
La oralidad, sí es cierto,  es luchar contra el olvido de nosotros mismos, aunque nos espere el miedo y el abandono, observarse así, como la partícula al cientifico, es reconocerse completamente, permitiendo que la poesía nos explique en ese acto humano para aliviarnos todo lo que desconocemos. Porque la voz es nuestra única herramienta para validarnos y porque hay que percibirnos antes que desvanecernos, porque hay que andar sin olvidar el sentido, aunque ese sentido sea ficción  o nos devuelva al mismo lugar.
Es importantesimo recuperar ese tiempo, el ritmo en el que podamos mirar lo que nos rodea y recuperar aquello que cerca de las montañas aun sucede: un andar lento que nos deje ver el paisaje para que después esperemos al poeta. Reconocerse lento es dejar que anden las preguntas, la fragilidades, es permitir que los ojos de un niño se cubran como la noche en cada historia para que el hombre acompañe al niño en busca de palabras que le digan algo de él y de su mundo, es la oralidad la que permite la poesía, como un acto benévolo para encontrarse, para construirse, es el nacimiento de la imaginación, jugando a apropiarse del mundo, un acto que consolida la continuidad que perdimos.

Ya decía, benditos libros.

V
Escribo aquí una escena del poeta del cine Theo Angelopoulos:
En un filme, un poeta y un niño, tal vez espejos, llenos de miedos y completamente abandonados, se están marchando, el poeta porque sabe que pronto va a morir y el niño porque es un inmigrante que esta buscando un lugar a dónde pertenecer. Esa noche se están despidiendo y el niño le confiesa al poeta su miedo, entonces el poeta intentando aliviar ese miedo lo invita a tomar un paseo, así que toman el primer autobús que pasa frente a ellos sin saber su dirección. En el viaje, sentados uno junto a otro tomados de las manos observan como va subiendo diferentes personajes hasta que el niño curioso, y olvidando su miedo, le suelta la mano y se acerca a la ventana con tranquilidad para mirar a través de ella; suben una pareja de enamorados, un hombre con una gabardina oscura, unos activistas políticos que sujetan una manta que van enrollando y hasta el final un grupo de músicos de alguna filarmónica, sorpresivamente los músicos empiezan a tocar una melodía muy suavemente y algunos empiezan a bajar, cuando termina la música casi todos han bajado del autobús, entonces ellos, el niño y el poeta, en silencio deciden bajar y por alguna razón  es ahora el poeta quien le busca al niño su mano, una vez en la calle, solos y en la noche, en el mismo lugar de donde empezaron, el poeta le dice:  tengo miedo. El niño sonriendo como cuando alguien comparte un mismo secreto, empieza a contarle una pequeña historia que recuerda de cuando vivía en su pueblo. Al final, los dos, mirándose a los ojos con tranquilidad frente al rumor del mar que no se ve pero que se escucha claramente, quedan en silencio. Así, ambas almas separadas, frente al mar, se separan con el dulce y amargo sabor de la vida.
Sí, un niño y un poeta son espejos, son seres abandonados, con miedo, pero con otro tiempo, son seres que buscan palabras que les alivie el mundo, ahí la belleza, ahí el calor de la oralidad, de la palabra, de los cuentos, de todo ese mundo que se está perdiendo.
Epílogo.

Quién fuera niño para que algún día ese viejo poeta hiciera desaparecer el miedo aunque la ciudad siguiera rugiendo.