domingo, 27 de junio de 2010

El mundo es lo que pensamos.

Reflexión sobre el trabajo de Pablo Amargo.

Encontrar sentido a las cosas es un acto vital, indispensable, nos define, aunque siempre lleva un tono trágico, porque nos arroja al lugar de donde partimos en esa búsqueda: el silencio absoluto. Paradoja ilusoria como quien lee un libro.

Cuando se empieza a leer sucede un estado de excitación por la expectativa, muy parecida a la que le acontece a uno cuando ve un paisaje y de inmediato empieza a  andarlo, igualmente ocurre con un libro álbum, expectativa que se va transformando en fascinación conforme uno se va adentrando y el libro resulta bueno. Entonces, casi al final, esa fascinación se va transformando en una angustia que lo arroja a un enorme vacío al concluir la última página. Es como cuando uno voltea después de haber andado un paisaje y lo observa detrás de si. La gravedad de un punto final o de un camino dejado. Dice Edmond Jabès, “el punto final del libro es un ojo que no tiene párpados.”

El primer libro que conocí de Pablo Amargo me ocurrió de la misma  forma, la cubierta era un enorme punto final que estaba en un comienzo. La contundencia y profundidad de su imagen se desplegaba junto a una palabra, la monocromía trabajaba para acentuar el único color rojo, enseguida una figura se disponía a combatir a un corazón y posaba en guardia mientras discretamente una llave se prestaba para accionar el juego.
La imagen de un juguete de cuerda de un boxeador y la palabra “Los novios” armaban una especie de escultura dibujada muy legible y que disparaba ideas, lecturas de ideas sobre el amor. Fue entonces que una vez comprendido me sucedía en su trabajo, y  en cada libro, la fascinación por comenzarlo y la angustia al terminarlo. Siempre había que pensar en todo lo visto, aunque creo que algunos de ellos son libros que nunca se terminan de leer.  Creo que Pablo Amargo es un ilustrador que recorre perfectamente sus caminos pero que no los entrega, sino que busca los no andados y es justamente ahí donde construye sus imágenes. Parte fundamental del trabajo de Pablo Amargo es el silencio, el silencio en los blancos que observan y que permiten lo que hay que decir, esculpiendo sus figuras monolíticas sin fisuras que están cuestionando en silencio.

El lenguaje aforístico en Amargo es exacto, conforma vocablos plásticos, en su rigor, compromete la lectura, es inevitable no leer sus imágenes,  ésta escritura precisa, la que va dibujando sus figuras, y que, en el ácido de la lectura (pienso que un ácido es justo una lectura que deja impresión), graba en su piedra un pensamiento visible. Así, Amargo se presenta de tajo, sin concesiones y como roca exacta en la silueta de lo contundente, litografías de su pensamiento.
Su trabajo se desarrolla proponiendo soluciones cada vez más poderosas, en uno de sus últimos libros “El río que se secaba los jueves” sus ilustraciones plenas y profundas abarcan  un tono sobriamente fantástico y su último libro “Exportaciones Insólitas” además, extiende una lectura en las imágenes que son una especie de apuntes metafóricos muy poéticos, indudablemente son ilustraciones que habitan los posibles y que navegan la paradoja de este círculo, un tanto complicado, de discurrir siempre desde la nada.
Sus libros asumen el silencio que deja leerlos y en su posibilidad se convierten en sólo caminos que prestan un paisaje para andar, trazando nuestra figura del entendimiento.  Inician en la fascinación extremadamente silenciosa y tienden una urdimbre con el texto en un juego amargo que es fascinante, es como entender todo sin poder nombrarlo: nuevamente ese silencio.  Leer sus imágenes nos arrincona de tajo a la reflexión, una y otra vez, después de haber sido arrojados por el texto y por la propia imagen, quedamos siempre frente a él, un acto amargo de un recorrido sin lugar.

Amargo hace a veces ranuras, grietas, siluetas, formas de lo imaginable, siempre poderosas y siempre silenciosas, el negativo que queda de restar lo que no es, y en ese mínimo espacio se habitan inmensamente en una oscura limpieza, diría Ida Vitale, reduce el infinito. Como ojo de cerradura que guarda las posibilidades de la imaginación, siempre tras esa puerta de lo evidente y que juega mucho a la metáfora, un solo ojo que siempre está abierto y que remeda al punto final de un excelente texto. Nada más por decir, todo por pensarse

Lo sorprendente de sus imágenes es lo formación de su escritura, que transcribe de un sistema verbal a un sistema simbólico sin perturbaciones, abriendo siempre la posibilidad de un pensamiento, un gran trabajo que hace del acto de leer un acto creativo, posibilitando el libro a diferentes encuentros de lectura, garantizando lecturas inmediatas como lecturas profundas, no hay exclusividad en su trabajo.

Amargo intelectualiza las imágenes, no las intuye, reelabora una especie de ideograma que contiene las ideas, Chillida gráfico o Hokusai de líneas, inspecciona la naturaleza de las cosas para producir su representación, representación de la idea, no de objetos, la intención de la línea que se transforma en plano y el plano que se hace forma, la forma que es idea: la lluvia, las ondas de lluvia, el reflejo de las ondas de lluvia, el recuerdo del reflejo de las ondas de lluvia que se hace paraguas, existen en una sola imagen. Sólo así es posible “observar la música” de una feria por los que suben y bajan los caballitos, solo así es posible “leer el vuelo” de una paloma mensajera vuelta timbre postal o hacer que las vacas “caguen nostálgicamente” hojas de un árbol o hacer del corazón el gatillo que dispara al amor, qué de aquel recortable que hace del amor un tendedero. En fin, una escritura que extiende lecturas posibles en la exactitud de su dibujo-idea.
Para este nivel de trabajo, la economía de color genera una sobriedad indispensable que vuelve a insistir en un espacio creado a conciencia, también ello es un escrito, sin elementos de más, destinada a extremar la idea, sin distraer la lectura, permitiendo un juego perfecto de composición que  rige las posibles lecturas, dirigidas todas a encumbrar los acentos.
Lo más asumible, es que las ilustraciones de Pablo Amargo existen plenamente junto al texto, necesitan el texto para operar, lo que habla de ese vinculo inherente de una perfecta ilustración, pertenecen por necesidad al libro, obedecen y dirigen el concepto del libro, tejiéndose con los elementos para construir un solo suceso, claro que ellas mismas son fascinantes por sí solas, pero su funcionamiento pleno es frente al texto, reelaborando otra idea de libro álbum y clarificando sus posibilidades.

Pablo Amargo, con su comprometido apellido, también paradójico, es un artista de pleno pensamiento que elabora posibles caminos en cada ilustración, dispone formas por sus libros para arrojarnos al silencio frente a su obra (siempre al silencio), contempla al mundo y lo piensa.
Es la posibilidad de la ilustración como encuentros de recorridos, que  nos dejan en silencio imaginando esos sentidos que tanto necesitamos para volver a comenzar desde un punto final.